Mi querido y añorado abuelo Sabino:
Nada ha vuelto a ser igual desde tu ausencia.
El Barredal como los afectos de esta familia se derrumban, la casa así como el hórreo y sus alrededores se llenan de maleza en primavera, el sol los reseca en verano, y los inunda el invierno. La madera se pudre sin remedio, se llena de carcoma, como de desavenencias la familia. Ya hace más de 15 años que te has ido, siento mucho este fracaso familiar abuelo, no sabes el dolor que siento por no poder unirlos y que sientan el mismo cariño que yo por este terruño, más ahora que Antón, tu hijo, mi padre también forma parte de esta tierra, bajo la figal como siempre quiso, él ya me aviso de lo difícil de este empeño mío.
Pero no desistiré, todavía no, aunque el desarraigo este muy enraizado tengo que seguir luchando.
Muchas noches para sobrellevar el dolor que siento, me acuerdo de mi infancia en la casa, desde aquellos unos 12 años. En verano, te levantabas al amanecer abrías la puerta de mi habitación y me decías -¿Qué no amaneció ya?- ; desayunábamos el café con leche y galletas, y miraba tus manos encallecidas, tu boina desgastada por el sol y el tiempo al igual que tu chaleco.
Recuerdo aquellos veranos siempre detrás de ti y tu guadaña, detrás del ganado, aquel olor a hierba recién cortada,
Ya ves abuelo, tu anhelo por poseer unas tierras y seguir con el caserío que tu padre levantó, se desvanece, de nada ha servido tu trabajo de tantos años, el intento desesperado de dejar estas tierras a tus descendientes, luchando en aquellos años difíciles y llenos de miseria.
Por ellas reina hoy el abandono, la destrucción tanto afectiva como material, ni tus hijos ni algunos de tus nietos han decidido recoger tu afán por la supervivencia de esta casa, y yo no sé si sola podré con tanta carga.
Sé que no puedes volver, pero este hecho también me consuela, no soportarías verlo perdido y así de abandonado. Seguiré luchando no sé como, pero te lo debo, y pondré todo mi empeño.
Un beso abuelo estés donde estés.