Antonín del Barredal fue hombre de campo reconvertido en
minero. La metamorfosis fue elaborándose mientras hacia “la mili” en Valladolid, tenía
en la mente cambiar, en pasar de “rompeterrones” en algo que tuviese más futuro
Antón solo creía en lo que veía, no era amigo de cuentos ni leyendas, así que de
poco servía preguntarle, siempre con una mezcla de ironía y menosprecio salía
con una aireada respuesta apuntillando con un – tas como una maniega-
El conocía
los lugares de su entorno y muy bien, pero era escéptico con su historia. La primera vez que le conté entusiasmada que los
romanos habían encontrado oro en Begega me contesto: ¿Tabas tu pa velo? ¡que va
a ver allí nada!
Así que difícil tratar de explicarle que aquel camino
empedrado en lo alto de Carricedo que daba salida a Somiedo lo usaban estos
para transportar el oro
Fue decayendo algo de su escepticismo cuando empezaron las excavaciones
de la mina de Begega, pero seguía apostillando que era una perdida de tiempo
Entre una y otra conversación fui enterándome que en algún
arroyo entre el Estilleiro donde él pasaba días en su infancia y lo alto de
aquella sierra jugando arrancaba hierbas y en sus raíces había arenas que
brillaban al sol.
O las más interesante para mí, en una tierra ganada al monte
llamada “Las Cogollas” estuvieran unos señores estudiando el terreno y buscando
paredes, que decían que había “Casas antiguas. - ¡que iba a haber allí ¡entre
matorrales zarzas.. ganas de perder el tiempo, de nada servía decirle que esa
colina tan cercana a Cezana y por encima de Villar era un punto estratégico y
posiblemente fuera verdad y que el nombre de Cezana era romano y que en sus
inmediaciones había catalogados restos arqueológicos.
¡Hay papa que tozudo eras!, nunca te quisiste enterar que
debajo de la tierra que tu pisabas estaba enterrada mucha historia y ojala algún
día salga a la luz