Hoy no sé porqué me he acordado de José el de la vaca, era un hombre peculiar, vivía solo en una cabaña en Villar ( Belmonte de Miranda) cuando yo era una adolescente, luego se fue a Cezana, los niños le gastaban alguna que otra trastada por tenerle por raro
José era un buen hombre, justo, correcto, generoso, amable, cortes, pero todo el concejo le tenía por un bicho
Este pobre hombre no era necesariamente un hombre pobre, ya que no es mas feliz el que más tiene sino el que menos necesita, y él así vivía, era feliz con lo poco que tenía y la naturaleza le daba.
Siempre ayudaba a mis abuelos en los trabajos agrícolas del verano, nunca decía que no ni ponía una mala cara, era solitario, solo acompañaba en todo momentopor hojas de hiedra en las manos que comía al mismo tiempo que lo que le pusieras en la mesa
Yo le veía como uno de los últimos druidas, esos hombres sabios celtas, pues cada frase suya era coherente, aunque su tartamudez le hacía ser cohibido, silencioso. Sabíamos cuando estaba cerca por el ruido que sus madreñas en las piedras del camino, subía o bajaba con el mismo ritmo cansino, a veces con una hogaza de pan debajo del brazo, lo demás se lo otorgaba la naturaleza.
Acabó sus días cuando ya la edad y las enfermedades no le permitieron valerse en la residencia de mayores de San Lázaro en Oviedo, como un animal enjaulado se fue apagando lentamente, las normas que la sociedad le pedía, no iban con él, él no sabía de baños ni inodoros, nunca los había usado, tampoco de camas, el suelo con un poco de paja era su mejor colchón. Su funeral fue triste, solo unos pocos nos hicimos eco de que José había muerto, de que aquel personaje belmontino y tinetense de nacimiento se había ido como había venido a nuestras tierras, solo y escurridizo