Se me encoge el alma y el corazón al volver a mirar el cuarto para mí destinado en casa de mis abuelos, en aquellos lejanos días que yo me figuro como actuales en este momento en que entreabro la puerta.
Vuelven a renacer los recuerdos, la silla de mimbre está ahí, me hace recorrer a toda velocidad los caminos del tiempo y el espacio, sentada en ella después de comer en los días lluviosos con un libro en el regazo.
Todos los días desde que empezaba a anochecer, antes de que llegara la hora de acostarse, este cuarto se convertía en el punto céntrico de mis ensoñaciones y preocupaciones.
Para mí aunque no durmiera en mi cama de costumbre, esta habitación me hacía descansar y perderme en un sueño profundo que aflojaba la tensión y el stress que la ciudad me producía; me bastaba con unos días para que volviera con las pilas bien cargadas a la rutina.
Es increíble que ante la inmovilidad de todos estos objetos que no del tiempo afloren tantos recuerdos y sensaciones en mi pensamiento.
Renace en mí aquel despertar entre tinieblas con los rayos plateados de la luna acariciándome el rostro al entrar por la ventana, ya que nunca cerré las contraventanas, me gustaba esa sensación y ver amanecer por el pico Bombirgo, aunque esto como consecuencia tuviera alguna regañina por parte de mi abuela.
Han transcurrido bastantes años desde aquella época, mas bien muchos, y el desasosiego me invade, por la dejadez de la familia encuentro así el presente de esta casa, y no somos victimas sino culpables. Ahora en mi mente solo quieren arraigarse unas preguntas ¿volveré alguna vez a ver esta habitación como antaño? ¿Podré tarde o temprano cumplir mi sueño y devolver a esta casa su dignidad perdida?